Debemos brindar la oportunidad de desarrollar las habilidades que desde pequeños, los niños son capaces de realizar.
A veces, los miedos de los propios padres, las prisas o la sobreprotección pueden anular el aprendizaje de los más pequeños.
Educar para la autonomía implica enseñar hábitos y promover habilidades en nuestros hijos desde edades tempranas.
Entendiendo por autonomía la capacidad de realizar actividades sin ayuda de los demás, nos centraremos en las tareas cotidianas.
Promover la autonomía en los niños consiste en inculcarles hábitos de independencia para sus vidas. En concreto, estos hábitos se refieren a tareas que los pequeños pueden realizar por sí mismos relacionados con tareas cotidianas como la higiene, la alimentación, el orden, etc.
Para comenzar los padres deben llenarse de paciencia y brindarle la oportunidad a sus hijos, sin esperar, desde un principio, resultados positivos.
Lo más importante es trasmitir un mensaje de seguridad y apoyo por parte de sus cuidadores.
Los padres deben ser una inyección de autoestima para el pequeño aprendiz, fomentando la realización de la tarea de manera independiente, a la vez que, un ayudante en caso de errar en el intento, trasmitiendo la sensación de seguridad al menor al sentirse acompañado.
A tener en cuenta:
En primer lugar debemos promover la autonomía, aumentando la motivación del pequeño para la realización independiente de las tareas.
Con pequeños trucos como un cuadrante de logros podemos fomentar la motivación del más pequeño.Es aconsejable realizar indicaciones claras, cortas, firmes y coherentes. Seremos realistas y constantes tanto en las órdenes, como sus consecuencias, de manera que el niño pueda prever siempre las consecuencias de cumplir o no cumplir con esa norma o hábito.
Un ejemplo, si queremos que el niño o la niña aprenda a recoger sus juguetes, le indicaremos cuales son las consecuencias de no mantenerlos ordenados (no salir al parque, o no ver la televisión). Estas consecuencias deben siempre ser realizadas y no ser una simple amenaza que nunca llega a cumplirse, de este modo el niño o la niña preverá el resultado de su acción.
Respetaremos el ritmo de aprendizaje, cada niño/a tiene su tiempo para adaptarse a las nuevas tareas, por lo que el aprendizaje debe ser individualizado y no basarnos en los ritmos de otros niños/as o de sus propios hermanos/as.
Por lo general, es más lento dejar que los más pequeños realicen las tareas que realizarlo por nosotros mismos, por ello no debemos planificar. Un ejemplo claro puede ser levantarnos 15 minutos antes para que el niño/a pueda vestirse y desayunar el solo, de este modo no recurriremos al “llegamos tarde”.
Nos centraremos en su zona de aprendizaje, es decir, si exigimos una tarea que se encuentra fuera de las capacidades del niño/a puede ser frustrante para este y perder el entusiasmo o sentirse incapaz. Por el contrario si exigimos sólo tareas que se encuentra por debajo de sus capacidades reales aburrirán al pequeño y perderá el interés. Creando nuevas metas y aumentando poco a poco la dificultad de las tareas conseguiremos que el niño o la niña consiga una mayor independencia.
Es conveniente explicarle que debe hacer y cómo debe hacerlo, además de ofrecerle todo lo necesario. Si deseamos que el niño o la niña aprendan a lavarse solo los dientes, empezaremos por ofrecerle todos los utensilios necesarios (cepillo, pasta dentífrica y agua) y se le explicará cómo debe realizar la tarea (colocar la pasta en el cepillo de dientes, frotar suavemente durante un par de minutos y enjuagar).
Se adaptará la situación a las necesidades del niño, sirviendo de ayuda siempre que este lo requiera.
La ayuda se irá disminuyendo poco a poco hasta conseguir que la realice completamente solo sin ningún tipo de supervisión.Evitar etiquetas del tipo “niño malo”, “torpe” o “patoso” Estos adjetivos pueden repercutir en futuras conductas del niño/a. Es lo que en psicología se conoce como efecto Pigmalión, es decir, como las expectativas de los demás influyen el rendimiento de la persona.
Es importante aceptar las equivocaciones como parte del aprendizaje y fomentar así, una mayor tolerancia a las frustraciones. Si el niño/a realiza una tarea mal, debemos informales que esta tarea no está bien realizada y animarles a mejorarla. Si el niño al intentar recoger su plato de la mesa se ensucia o lo tira al suelo no es aconsejable utilizar términos negativos (“niño malo”), por el contrario se alabara la intención de ayudar y se le explicará que debe tener más cuidado la próxima vez. Además, si es el propio niño o niña el que corrige su conducta (limpiar las manchas) asumirá que de los errores se puede aprender.
Para fomentar la autonomía los cuidadores deben basarse en tres pilares: tiempo, paciencia y entrega.
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